Login

El pequeño roble y el viento Había una vez un p

Author:unloginuser Time:2024/09/20 Read: 5365

El pequeño roble y el viento

Había una vez un pequeño roble que vivía en un bosque frondoso. Era muy joven y sus ramas eran delgadas y flexibles. Un día, un viento fuerte comenzó a soplar y a agitar las copas de los árboles.

El roblecito, asustado, le gritó al viento: “¡Alto! ¡Estás siendo muy fuerte! ¡Me estás haciendo daño!”.

El viento, sorprendido, le respondió: “Lo siento, pequeño roble. No quería hacerte daño. Solo estoy jugando”.

El roblecito pensó un momento y dijo: “Entiendo que quieras jugar, pero debes tener cuidado. Soy muy pequeño y tus fuertes ráfagas podrían romper mis ramas”.

El viento, al escuchar las palabras del roblecito, comprendió que debía ser más cuidadoso. Así que comenzó a soplar con más suavidad, acariciando las hojas del roble y haciendo que bailaran alegremente.

A partir de ese día, el roblecito y el viento se hicieron grandes amigos. El viento aprendió a respetar la fuerza del roblecito y el roblecito aprendió a confiar en el viento.

El pequeño roble, apenas un brote verde asomando entre la maleza, se aferraba con todas sus fuerzas a la tierra. Sus raíces, aún tiernas, buscaban refugio en la sombra de los árboles mayores que lo rodeaban. Un día, un viento rebelde, ávido de aventura, se coló entre las ramas del bosque. Sus fuertes ráfagas, como manos invisibles, sacudían las copas de los árboles, provocando un estruendo que resonaba en todo el lugar.

El roblecito, atemorizado, se balanceaba de un lado a otro, sus pequeñas ramas crujían con el esfuerzo. “Alto, viento, ¡alto!”, suplicó con voz temblorosa. “Eres muy fuerte, me haces daño”.

El viento, distraído en su juego, no escuchó el ruego del roblecito. Seguía silbando y girando, arrancando hojas de los árboles y levantando polvaredas. El roblecito, cada vez más asustado, pensó que la próxima ráfaga lo arrancaría de raíz.

De pronto, el viento se detuvo. Una curiosidad infantil brilló en sus ojos. “¿Qué pasa, pequeño? ¿Por qué te quejas?”, preguntó con una voz suave y curiosa.

El roblecito, con voz apenas audible, le explicó que era muy joven y delicado, y que las fuertes ráfagas del viento podían romper sus ramas. El viento, al comprender el miedo del roblecito, sintió un pequeño pinchazo de culpa. Él nunca había querido hacer daño a nadie, solo quería jugar.

Con un suspiro, el viento se acercó al roblecito. Sus fuertes ráfagas se transformaron en suaves caricias, susurrando entre las ramas del pequeño árbol. El roblecito, sorprendido por la ternura del viento, sintió sus hojas danzar alegremente al ritmo del viento, sin miedo ni dolor.

A partir de ese día, el viento y el roblecito se hicieron amigos. El viento aprendió a ser más suave con el pequeño roble, mientras que el roblecito aprendió a confiar en el viento, aceptando sus caricias como un regalo de la naturaleza. El pequeño roble, al crecer, se convirtió en un árbol fuerte y robusto, pero nunca olvidó la lección del viento, y siempre se mantuvo humilde ante la fuerza de la naturaleza.