Es una historia en la que quiero que las tomas de
Author:neo Time:2025/02/07 Read: 6694Es una historia en la que quiero que las tomas de decisiones sean muy importantes. Que tenga momentos muy comicos y momentos demasiado serios.
La vida de Bartolomeo “Bartolo” Pérez era, para ser justos, un desaguisado existencial envuelto en una tortilla de decisiones cuestionables. Comenzó con una elección aparentemente trivial: ¿desayuno de churros con chocolate o un té detox con kale y espirulina? Bartolo, amante confeso de la gula, optó por los churros, una decisión que, retrospectivamente, desencadenaría una serie de eventos catastróficos (y hilarantes).
Ese mismo día, Bartolo recibió un correo electrónico: una herencia inesperada de su tía abuela Clotilde, una excéntrica coleccionista de sombreros y ranas disecadas. La herencia incluía una mansión victoriana en decadencia, una colección de sombreros que podría rivalizar con el Museo del Prado (en cuanto a extravagancia) y un mapa enigmático que, según Clotilde en su testamento, conducía al “Tesoro Perdido de los Churros Dorados”.
Aquí surgió la primera gran decisión: ¿aceptar la herencia y emprender una aventura llena de sombreros raros y ranas disecadas, o rechazarla y seguir con su vida tranquila (y aburrida) como contador? Bartolo, impulsado por la posibilidad de churros dorados (y la curiosidad), aceptó. La risa nerviosa que soltó fue eclipsada por el llanto desconsolado de su gato, un siamés llamado “Pitágoras”, quien, según Bartolo, poseía una asombrosa capacidad para predecir desastres.
La mansión victoriana era un espectáculo. Polvo de siglos se levantaba con cada paso, telarañas gigantes adornaban los techos, y los retratos de los antepasados de Clotilde parecían observarlo con desaprobación (o tal vez simple aburrimiento). La búsqueda del tesoro resultó ser una comedia de errores: Bartolo confundió un mapa de alcantarillas con el mapa del tesoro, se vistió con un sombrero de flamenco de plumas rosadas que atrajo a un enjambre de abejas furiosas y, en un momento de desesperación, intentó comunicarse con las ranas disecadas para obtener pistas. (Sin éxito, obviamente).
Luego llegó el momento serio. Un grupo de individuos siniestros, liderados por el enigmático “Señor Bigote”, se presentó en la mansión, ansiosos por obtener el Tesoro Perdido de los Churros Dorados, que, según Bartolo estaba averiguando, no eran churros dorados en el sentido literal, sino una fórmula secreta para un postre revolucionario, capaz de curar la tristeza existencial (y posiblemente la indigestión causada por demasiados churros).
Bartolo, armado con su ingenio (limitado), un sombrero de flamenco y el apoyo inesperado de Pitágoras (quien, resultó, poseía habilidades ninja ocultas), tuvo que decidir: ¿negociar con el Señor Bigote, arriesgando la fórmula secreta; huir con ella, enfrentándose a las consecuencias?; o usar la fórmula para salvar el mundo de la tristeza existencial con una lluvia de delicioso postre?
Su decisión final, tan absurda como brillante, involucró una batalla épica con churros como proyectiles, una distracción con el sombrero de flamenco y una dosis de inesperado ingenio felino. La historia de Bartolo Pérez, con su mezcla de comedia, drama y decisiones que iban de lo ridículo a lo sublime, se convirtió en una leyenda, un recordatorio de que incluso las decisiones más absurdas pueden llevar a resultados inesperados, deliciosos y posiblemente salvadores del mundo.